Ahora, conservar tu pelo durante la quimio es decisión tuya.

Sobre Nosotros

Cómo empezó todo

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Mira, te voy a contar lo siguiente:

Aquí, en Murcia, pasan cosas.
Sí, sí, en este rincón a veces olvidado por los dioses del glamour y el escaparate mediático, también tenemos nuestras pequeñas grandes historias.

Hace un tiempo, en mi negocio de hielo seco (sí, de esos bloques que echan humo como en las fiestas), entra un tipo. Médico, dice ser. Viene por hielo, pero no para montar una fiesta ni para experimentos de ciencia loca. Nada de eso.

Resulta que su mujer está luchando contra el cáncer. Y él, en medio de ese torbellino, descubre algo: un gorro especial que, usado con hielo seco, evita que su mujer pierda el pelo con la quimio.

Sí, el cabello, esa parte de nosotros que, sin ser vital, marca tanto nuestra imagen ante el espejo y ante el mundo.

Cada quince días, como reloj, el médico vuelve.
Y yo, que no puedo evitar la curiosidad (defecto o virtud, aún no lo decido), le pregunto. Me cuenta. Porque soy de esos de los que piensan que la vida te va poniendo en el camino lo que necesitas (aunque a veces no lo entiendas hasta que pasa un tiempo), veo claramente que esto es más que vender hielo seco.

Es ayudar, a mi manera, en esta batalla.

Entonces le digo al médico:
«Te regalo el hielo, pero déjame hablar con tu mujer. Quiero saber más sobre esto del gorro». Acepta.

Y aquí es donde la historia se tuerce.
Como esas novelas que empiezas sin muchas expectativas y terminan robándote el sueño.

La mujer del médico, la que está usando el gorro, resulta ser la profesora de mi hija. Sí, esa misma. El mundo es un pañuelo, y Murcia, al parecer, es el lugar donde todos los caminos se cruzan.

Voy a su casa. Hablamos. Y lo que me cuenta merece ser grabado en piedra y no olvidarse: no solo ha mantenido su cabello, sino su dignidad, su fuerza, y su identidad frente a un espejo que, en estos procesos, muchas veces devuelve una imagen dolorosa.

Y ahí es donde cae la ficha.
Este negocio, más allá del hielo seco, de los números, de los pedidos… va de personas. De historias. De ayudar a mantener la dignidad en los momentos más duros.

Después de esa charla, que fue más una revelación que una entrevista, algo cambió. No solo quería vender hielo seco. Quería ser parte de la solución, un eslabón en esa cadena de esperanza.

El médico me había comentado, casi al pasar, que el gorro venía de Estados Unidos.
Así que me puse el traje de detective (metafóricamente hablando) y empecé a buscar. Encuentro una empresa. Luego otra. Y otra más. Al final, termino con cuatro gorros diferentes, de tres empresas distintas, cada uno con su promesa de mantener el pelo en su sitio y descubro que en Estados Unidos llevan más de 40 años usándolos.

Ahí estaba yo, en Murcia, jugando a ser científico con los gorros.
Pero tenía una misión: fusionar lo mejor de cada uno, como quien mezcla ingredientes secretos para crear la receta perfecta.

Y vaya si lo hice.
Después de mucha prueba y error, de mezclar esta característica con aquella, nació mi creación después de 4 años de investigaciones. Mi propio gorro. Mejorado hasta el punto de no necesitar ya hielo seco.

Este gorro, el que ahora ves en esta página, no es solo un producto.
Es el resultado de una historia, de un encuentro fortuito que me llevó por caminos que jamás pensé recorrer.

Es la fusión de lo mejor de cuatro mundos, pensado y creado con un propósito: ayudar a mantener no solo el pelo, sino la sonrisa, la esperanza, y un poco de normalidad en medio del caos del cáncer.

Y aquí está, presentado con orgullo en mi web.
No solo vendemos un gorro; vendemos parte de una historia. Una historia de lucha, de ciencia casera, y de un deseo inquebrantable de hacer algo, aunque sea pequeño, en la batalla contra el cáncer.

Porque al final, esto no va solo de negocios ni de productos. Va de las veces que la vida te cruza con las personas adecuadas, en el momento justo, para recordarte que todos somos parte de algo más grande. Que un simple bloque de hielo seco puede abrir caminos que ni en sueños imaginaste recorrer.

Así que sí, aquí, en Murcia, pasan cosas. Cosas grandes, aunque se vistan de pequeños gestos. Como un gorro, que nació para cuidar algo más que el cabello. Para cuidar la esperanza.

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